domingo, 17 de febrero de 2013

miércoles, 22 de diciembre de 2010

LA PLACIDEZ

No sé si en estos tiempos de inquietud por todo, escribir sobre esta situación anímica del hombre se puede considerar un sarcasmo porque la etimología de la palabra “cualidad de plácido”, implica todos estos adjetivos: quieto, sosegado, sin perturbación, grato y apacible. Hubo un hombre (luego fue santo) en el siglo V llamado así, Plácido, que, según se cuenta, murió plácidamente en su lecho de Monte Casino aunque parece ser que no fue así si tenemos presente que otras versiones nos lo dan como un mártir de la fe que fue más o menos decapitado. Lo cierto es que, pese a las turbulencias y negros augurios que nos persiguen ahora, podemos encontrar aún reconfortantes escenas que, al menos efímeramente, nos hacen ver esa quietud, sosiego y apacibilidad.

No hay más que darse una vuelta por los parques de las ciudades y las plazas recónditas de pequeños pueblos para ver esos cándidos grupitos de mayores ya descargados de obligaciones laborales y no sólo ancianos, que desafían nuestras inquietudes sentados al sol o a la sombra, según proceda, mostrándonos esa paz, ese sosiego envidiables que la gran mayoría de las personas quisieran tener. ¿Hay que llegar a viejo para eso? Bueno, ellos también tienen lo suyo.

Al hilo de esto, me gustaría relatar un hecho anecdótico del que tuve ocasión de ser protagonista. Me encontraba yo casi en situación de placidez, sentado en un parque madrileño contemplando el verdor circundante y, a la vez, entre los árboles que flanqueaban esa glorieta, la figura enhiesta y majestuosa de la torre de la televisión, cuando se me acercó pausadamente un personaje ya mayor, tímido en principio, quien tras saludar escuetamente, se sentó a mi lado; yo diría que llevaba “puesta” la placidez en su semblante. Bien, en un par de minutos y creo que so pretexto de entablar conversación, plácida, tranquila, por supuesto, preguntó sobre la parada más próxima de autobús que podría llevarle de regreso a su lugar de residencia de mejor forma; traté de sugerirle lo que yo estimaba más fácil y él asintió. Y ya, con sosiego, sin duda feliz (luego comprobé que se llamaba Feliz de apellido) por vislumbrar cierta receptividad en mí, se puso a hablar y me relató una larga serie de episodios que, no por larga, dejó de interesarme. Se trataba de un fraile franciscano ya liberado de sus tareas evangélicas, dada su edad, que vivía en un convento muy cercano al parque de El Retiro, pero en esta ocasión se había hecho unos kilómetros andando ¿quizá buscando la placidez? Había estado en las misiones del Perú, lo que trató de adverar enseñándome una zampoña, instrumento muy usual allí, que llevaba en una bolsa. Me refirió detalles de su formación religiosa y hasta sabía que en mi pueblo existía una comunidad de monjas de su orden. Pero lo más sorprendente fue el comprobar qué memoria tan prodigiosa tenía cuando me dijo que no había olvidado la lista de partidos judiciales de cada provincia y me lo demostró empezando por Alicante, Albacete y, finalmente, para no hacer la nómina más exhaustiva, Zamora, su tierra. Estuvimos hablando más de una hora y en ese tiempo no pueden imaginarse la cantidad de temas que tocamos, pero él hablaba y yo escuchaba muy interesado y no tuvo inconveniente en manifestar que rezaba por Rodríguez Zapatero todos los días, ya ven, también la política entró en escena. A la hora de despedirnos pusimos las cartas de la edad boca arriba y me hizo verificar que tenía 89 años. Él, tranquilo, pleno de placidez, emprendió el regreso a su convento y yo puedo contar ahora, muy sintetizado todo lógicamente, esta experiencia simpática de un fraile viejecito pero con unos arrestos increíbles.

Jesús GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

martes, 5 de octubre de 2010

LA PARIDAD

Muchos años llevan las mujeres tratando de conseguir que se les considere capacitadas para hacer lo mismo que han hecho y hacen los hombres en cualquier profesión y en los diversos estadios que conforman el desarrollo y la evolución de la sociedad. Naturalmente que lo están y cada vez más disputan con ventaja intelectual y preparación a aquellos que ejercen funciones de todo tipo en el campo laboral, artístico o científico, eso nadie lo niega porque está a la vista. En profesiones hasta hace poco vedadas a las féminas por razones fisiológicas, hoy día han demostrado (con razonables excepciones naturales) que pueden subirse a un coche de bomberos, ponerse un traje de campaña y arrastrarse por el suelo con un “cetme” en la mano o detener delincuentes luchando con ellos a brazo partido, si es preciso, todo esto como ejemplos representativos de igualdad física con el hombre.
Se dice que aún falta mucho para que pueda estimarse “completado” ese proceso que conduce en todos los ámbitos de la vida a no distinguir en absoluto si esto o lo otro está hecho por una mujer o por un hombre, es decir, que cualquiera de los dos géneros lo puede realizar y ha de ser recompensado o retribuido por igual. Este es, todavía, uno de los caballos de batalla que emergen a la hora de comparar cuánto se paga a uno u otra por el mismo trabajo, esto es, el lógico axioma de que a igual tarea, a idéntica responsabilidad, tiene que corresponder el mismo salario. Pero no es así siempre, ni mucho menos, aunque, en honor a la verdad, uno ha podido ver en su larga vida profesional que sí se ha respetado y se respeta cada día más esa justa equivalencia, en términos generales, pues, además, en los convenios colectivos no se distingue el sexo del trabajador en los baremos saláriales por categorías o especialidades y eso ha de cumplirse.
Pero, con ser importante no es esto lo que se maneja ahora con más insistencia, sino el acceso de la mujer a puestos relevantes de la administración, la empresa o la política, por ejemplo, pretendiéndose por los más progresistas que haya una nivelación absoluta de sexos con eso de las cuotas, lo que es sencillamente artificial porque supongamos que en un conjunto de diez directivos hay seis mujeres y cuatro hombres, cuya distribución numérica no se ha hecho por razones matemáticas sino porque, desde un punto de vista práctico, se ha tenido en cuenta el talento y la preparación de aquéllas, que las han llevado a donde están; entonces, si nos atuviéramos a la ecuación obligatoria hombres=mujeres, ¿tendríamos que prescindir de una de ellas, desaprovechando su probada capacidad para desempeñar la función que llevaba a cabo? Flaco favor se haría a las mujeres en este caso. Y lo mismo sucedería si invirtiéramos el supuesto. Y no se piense que esto es cosa de estos tiempos, pues ya a finales del siglo XVIII, en una revista de aquella época había un artículo escrito por una mujer que llevaba este título tan sugestivo: “En defensa del talento de las mujeres y de su aptitud para el gobierno” Y hay más, en 1775 ya ingresaba en la Real Academia Española una fémina, eran los tiempos de Jovellanos y éste estaba a favor de esta apertura en contra de otros criterios no digamos más machistas, sino más radicales.
De todos modos, si volvemos la vista a la Universidad, no hay nada como darse una vuelta por cualquiera de las facultades, por ejemplo la de Ciencias de la Comunicación para comprobar que las chicas han desbordado el nivel de los hombres y, asimismo, lo podemos observar en la vida diaria asistiendo a las consultas médicas, en las que en muchos casos, ellas prevalecen en número sobre sus colegas masculinos, con toda naturalidad y eficacia. Asimismo se constata el incremento en la administración de justicia de las jueces (me resisto a emplear la expresión “las juezas” porque aunque creo que ahora también se puede decir así, soy muy clásico, que no inmovilista, pero esta cuestión es otra cosa y ahora podemos comentar, de pasada, algo sobre ello. En efecto, llevados algunos, quizá muchos, de esa fiebre exagerada de considerar injusta toda terminología que “parezca masculina en exclusiva”, se creen en la necesidad de decir, por ejemplo, los ciudadanos y las ciudadanas (los vascos y las vascas, que ha quedado como paradigma), pensando que dentro de “los ciudadanos” sólo están los hombres; esta innecesaria manera de hablar, cuando menos insustancial, está proliferando enormemente, ya hasta los celebrantes de la misa, que, al comenzar su homilía, dicen “hermanos y hermanas” y siempre habían dicho “hermanos” y todo el mundo lo entendía. Pero hay más. Los nombres de profesiones que terminan en la vocal “o” se consideran machistas y se tiende a feminizar, también, el término; bueno, pero, entonces “sensu contrario” habría que decir pianisto, deportisto, dentisto, etc. para que los hombres no se sintieran incómodos. Y no debemos olvidar aquella ocasión en que alguien en una expresión oral dirigida a la juventud que escuchaba, dijo jóvenes y jóvenas.
Pero lo que ya desborda el límite entre la sensatez y la estulticia es una decisión de los regidores municipales de una importante población madrileña que han ordenado cambiar la silueta de una persona que figura en las placas de señales de tráfico de los pasos de cebra, poniéndole faldas, en lugar de pantalones, sin tener en cuenta que hoy las mujeres visten esta prenda con prodigalidad y esa representación puede interpretarse como la un simple ciudadano, que puede ser de los dos sexos sin distinción, Además de que, según parece, las autoridades de tráfico ya han manifestado la improcedencia de esa medida, la reacción de algunas mujeres a quien se preguntaba por ello era de estupefacción e indiferencia, haciendo hincapié en que eso no es en absoluto lo que ellas demandan de cara a sus derechos.
(Publicado en CANFALI MARINA ALTA, de Denia, 25 Nov. 2006)

lunes, 14 de junio de 2010

HEMEROTECA Y MICRÓFONOS

Hemeroteca y micrófonos indiscretos

Hay que ver la facilidad con que los políticos proporcionan tema a los periódicos, sobre todo en estos últimos tiempos, en que se prodigan declaraciones, conversaciones más o menos privadas, artículos o entrevistas, afirmaciones rotundas sobre futuros compromisos que con el discurrir de la actualidad han de contradecirse.
Evidentemente, la letra impresa que, como tal, queda perenne y también las grabaciones audiovisuales, éstas más aún, dejan a los profesionales de esa “ciencia”, de la política, frecuentemente a los pies de los caballos si aplicamos esa manera coloquial de hablar. Ahora se han suscitado dos casos palmarios en personajes de distinto signo, lo que demuestra que tanto los que gobiernan como los opositores (este término puede entenderse como adversarios o, si se prefiere, como aspirantes a gobernar algún día), hablan sin tacha y sin mesura y, a menudo, se les va la lengua en público o en privado.
Empecemos por lo que podríamos llamar “micrófonos indiscretos o más bien traicioneros” porque aprovechan la imprudencia de quienes los han utilizado antes para dirigirse al público o a los periodistas, sin asegurarse de que aún siguen conectados y, claro, se oye aunque sea ya en un tono menor, lo que “cascan” los protagonistas. En esta ocasión fue la Presidenta de la Comunidad de Madrid que utilizó unos términos impropios de su consideración social, refiriéndose a alguien que no sabemos exactamente quién es, aunque se da por hecho por algunos de que se trata de una persona concreta. Hace más tiempo fue el propio Presidente del Gobierno quien, al término de una entrevista televisiva, dialogaba fuera ya de micrófonos con el entrevistador que, indudablemente tenía el mismo perfil ideológico, hablando de la crispación que, según ambos, convenía mucho a las estrategias del partido gobernante. Pensaron que nadie les estaba oyendo pero, otra vez la falta de cautela permitió que, al seguir conectados los micrófonos, nos enteráramos de algo que expresaron y que les hizo flaco favor. Hubo en otras ocasiones “meteduras de pata” de parecida índole quizá menos trascendente, como aquello de manda huevos, frase que se le escapó a un Presidente del Congreso de los Diputados, que recogieron, por la misma razón, la prensa y la televisión. Seguramente hay más casos semejantes, pero para muestra basta un botón.
En cuanto a las declaraciones, compromisos, afirmaciones rotundas, etc., las contradicciones son evidentes como los tiempos se han encargado de demostrar y no siempre se producen con el ánimo de quitar hierro al asunto y no crear justificadas alarmas que puedan deteriorar la imagen de los gobiernos a que pertenecen los pronunciantes; hay casos en los que se llega a no decir la verdad y de ello puede dar fe una frase que expresó un ministro en el Parlamento, que provocó la hilaridad de la mitad de los diputados: Nosotros nunca hemos negado la crisis -dijo- Hoy, por desgracia, constatamos que los repetidos augurios positivos que se formularon tiempo atrás carecían de fundamento.

Jesús GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

LAS RAÍCES GRIEGAS Y LATINAS

Cambian los tiempos, las costumbres y cambian las normas por las que, generalmente, se han venido rigiendo las conductas educativas y sociales de las personas. Efectivamente, teniendo en cuenta cómo se habla y cómo se escribe ahora, con la anuencia de las autoridades del lenguaje llevadas por la inercia de lo que llaman la espontaneidad de los ciudadanos al “crear” nuevos términos o “prostituir” o, por decirlo más suave, alterar los ya existentes, se puede considerar que lo de “limpia, fija y da esplendor” –lema de la Real Academia Española- ha quedado obsoleto. Sobre ello hice ya algún apunte tiempo atrás en este mismo periódico. Parece consecuente que los tres términos no pueden seguir juntos porque, si lo de dar esplendor significa incorporar sin tacha las nuevas y numerosas tendencias del vulgo al idioma, por mucho que se hayan popularizado, lo de limpiar y fijar no se ejerce, no hay criba. Asumo las críticas que estas consideraciones me pueden proporcionar pero creo que hoy día podemos pensar y expresarnos libremente y así lo hago.
Viene esto a cuenta de que, hojeando algún libro de consulta, más que nada por curiosidad y por entretenimiento, me he topado con la palabra referéndum, de la que se dice que el plural más frecuente es referéndums, aunque se recomienda decir el singular anteponiendo el artículo plural los para ese número gramatical del nominativo. Pero –según dicen los libros actuales- es conveniente “españolizar” el término primitivo llamándole referendo y referendos. A los que nos tocó estudiar los siete años de latín como si fuéramos seminaristas, no se nos ha olvidado que en la declinación cuando el nominativo singular termina en um, el plural lo hace en a, como es el caso de la palabra que nos ocupa en este apartado; es decir, debería ser referenda y también el término desideratum, plural desiderata y otros más. Ahora se tiende a lo práctico o, si se quiere, a lo fácil. Bien, si los doctos académicos lo dan por bueno, sigamos la norma.
Estas consideraciones nos conducen inevitablemente a hablar del debatido tema de las Humanidades. Es bien cierto que, por varios factores, están en decadencia, aunque haya muchas voces que tratan de salvaguardarlas; ¿es que estas disciplinas ya no tienen importancia a la hora de la educación de las generaciones actuales? Según se mire, pues ya sabemos que lo relativo prima sobre lo absoluto y esto no siempre es bueno. El latín, el griego, la historia de las civilizaciones (que nada tiene que ver con la alianza), son el manantial de donde la lengua española y también la valenciana han bebido a través de los siglos y se han forjado en una realidad que no podemos separar de aquellos orígenes. De hecho, no pocos símbolos de elementos químicos se basan en la etimología de las dos lenguas clásicas citadas; sólo tres o cuatro ejemplos: Mercurio Hg (hidrargirium), Potasio K (kallium), Sodio Na (natrium), Antimonio Sb (Stibium) Naturalmente, ya cuento con los que dirán que para qué aprender esas cosas, no tienen utilidad, pero el saber no ocupa lugar y nada está de más.
Los romanos y los griegos dieron nombre a multitud de gentilicios todavía vigentes de las lenguas hispanas y a giros y expresiones que se siguen empleando. A modo de corolario y para terminar, vayan unos cuantos casos elegidos aleatoriamente y a vuelapluma: murviedrés, de Sagunto (Murviedro), complutense, de Alcalá de Henares (Complutum), ilerdense, de Lérida (Ilerda), egarense, de Tarrasa (Egara), accitano, de Guadix (Acci), bastetano, de Baza (Basti), astigitano, de Écija (Astigi), urgaonense, de Arjona (Urgabona), iliberritano, de Granada (Iliberri), iliturgitano, de Andújar (Iliturgi), mirobrigense, de Ciudad Rodrigo (Mirobriga), cauriense, de Coria (Caurio), elisano, de Lucena (prov. Córdoba) (Elisana), asturicense, de Astorga (Astúrica Augusta), egetano, de Vélez Rubio (Egeta), bilbilitano, de Calatayud (Bilbilis), alistano, de Alcañices (Aliste). Suficiente. Alguno de estos gentilicios y otros no citados derivan no de nombres de antiguas ciudades, sino de ríos u otros accidentes geográficos y en bastantes casos tienen ya su nombre, digamos, contemporáneo. Por ejemplo, a nadie se le ocurriría ahora llamar iliberritano a un señor de Granada. Muchos más podríamos mencionar, pero por ahora ya basta.

Jesús González Fernández

martes, 11 de mayo de 2010

EL ALTAVOZ

A la hora de titular un artículo no siempre se hace con la precisión y la propiedad que cabría suponerse respecto al texto que va seguido, aunque se procura, al menos, aproximarse con una metáfora al asunto de que se trata. Este puede ser uno de esos casos, puesto que nada tiene que ver, si no es –como decimos- de modo metafórico, ese útil y ya antiguo invento científico que nos permite escuchar con suficiente volumen la palabra o la música que a través de un micrófono se transmite. Pero es que algunas personas tienen “incorporado” permanentemente un altavoz a sus cuerdas vocales y por eso nos obsequian, sin pedírselo nadie, con sustanciosas y enjundiosas conversaciones con sus interlocutores de proximidad en el autobús, en la consulta del médico, en la cola del cine o en la de comprar el pan y en muchas otras circunstancias.
Eso de hablar alto en público se lleva mucho y se dice que los españoles tenemos la patente de tan arraigada locución y también, quizá, del ruido en general; pues qué orgullosos podemos estar de ese vicio tan común. Parece que en ello (no debemos generalizar) el alto tono del habla de algunos es inversamente proporcional al grado cultural que se tenga; si es bajo, la tendencia es a elevar la voz sin que le importe a quien lo hace que nadie tenga el menor interés en escuchar los “relatos o chismes” que contienen frecuentemente tales conversaciones. Ya teníamos bastante con esto para que ahora la fiebre de los teléfonos móviles contribuya a hacernos “más cómoda” la duración de esas esperas para apearnos del medio de transporte que obligadamente hemos de utilizar o de que nos llegue el turno en las consultas o ante las ventanillas de los trámites que tengamos que hacer.
Uno es particularmente inclinado a afrontar en silencio y con tranquilidad esos tiempos que todos tenemos que emplear rodeados de gente hasta que nos llegue el momento de despachar lo que sea y si, por casualidad, se coincide con algún conocido o amigo en cuyo caso, lógicamente, hay que hablar, es preferible hacerlo lo más íntimamente posible porque nadie tiene por qué enterarse de lo que contamos a nuestro interlocutor o viceversa. Pero hay quien no piensa así y da rienda suelta a su espontaneidad verbal habitual sin reparar en dónde se encuentra y quiénes comparten el espacio y la situación con él en un momento determinado.
Pero no sólo es llamativo el hecho de que la intensidad de decibelios verbales supere lo razonable en términos ordinarios, no ya técnicos, sino que la verborrea en que se incurre muy a menudo por parte de quien le gusta que le escuchen sin escuchar a los demás, es manifiesta y ya lo dice el refrán: quien mucho habla, mucho yerra. Así es que, señores, procuremos comportarnos como requiere la buena convivencia y hablemos con prudencia y en tonos acordes con el respeto que nos debemos unos a otros, puesto que no hay necesidad de levantar la voz salvo en casos en que nos dirijamos a personas que, lamentablemente para ellas, están afectadas por una hipoacusia más o menos significada.

Jesús GONZÁLEZ FERNÁNDEZ