martes, 5 de octubre de 2010

LA PARIDAD

Muchos años llevan las mujeres tratando de conseguir que se les considere capacitadas para hacer lo mismo que han hecho y hacen los hombres en cualquier profesión y en los diversos estadios que conforman el desarrollo y la evolución de la sociedad. Naturalmente que lo están y cada vez más disputan con ventaja intelectual y preparación a aquellos que ejercen funciones de todo tipo en el campo laboral, artístico o científico, eso nadie lo niega porque está a la vista. En profesiones hasta hace poco vedadas a las féminas por razones fisiológicas, hoy día han demostrado (con razonables excepciones naturales) que pueden subirse a un coche de bomberos, ponerse un traje de campaña y arrastrarse por el suelo con un “cetme” en la mano o detener delincuentes luchando con ellos a brazo partido, si es preciso, todo esto como ejemplos representativos de igualdad física con el hombre.
Se dice que aún falta mucho para que pueda estimarse “completado” ese proceso que conduce en todos los ámbitos de la vida a no distinguir en absoluto si esto o lo otro está hecho por una mujer o por un hombre, es decir, que cualquiera de los dos géneros lo puede realizar y ha de ser recompensado o retribuido por igual. Este es, todavía, uno de los caballos de batalla que emergen a la hora de comparar cuánto se paga a uno u otra por el mismo trabajo, esto es, el lógico axioma de que a igual tarea, a idéntica responsabilidad, tiene que corresponder el mismo salario. Pero no es así siempre, ni mucho menos, aunque, en honor a la verdad, uno ha podido ver en su larga vida profesional que sí se ha respetado y se respeta cada día más esa justa equivalencia, en términos generales, pues, además, en los convenios colectivos no se distingue el sexo del trabajador en los baremos saláriales por categorías o especialidades y eso ha de cumplirse.
Pero, con ser importante no es esto lo que se maneja ahora con más insistencia, sino el acceso de la mujer a puestos relevantes de la administración, la empresa o la política, por ejemplo, pretendiéndose por los más progresistas que haya una nivelación absoluta de sexos con eso de las cuotas, lo que es sencillamente artificial porque supongamos que en un conjunto de diez directivos hay seis mujeres y cuatro hombres, cuya distribución numérica no se ha hecho por razones matemáticas sino porque, desde un punto de vista práctico, se ha tenido en cuenta el talento y la preparación de aquéllas, que las han llevado a donde están; entonces, si nos atuviéramos a la ecuación obligatoria hombres=mujeres, ¿tendríamos que prescindir de una de ellas, desaprovechando su probada capacidad para desempeñar la función que llevaba a cabo? Flaco favor se haría a las mujeres en este caso. Y lo mismo sucedería si invirtiéramos el supuesto. Y no se piense que esto es cosa de estos tiempos, pues ya a finales del siglo XVIII, en una revista de aquella época había un artículo escrito por una mujer que llevaba este título tan sugestivo: “En defensa del talento de las mujeres y de su aptitud para el gobierno” Y hay más, en 1775 ya ingresaba en la Real Academia Española una fémina, eran los tiempos de Jovellanos y éste estaba a favor de esta apertura en contra de otros criterios no digamos más machistas, sino más radicales.
De todos modos, si volvemos la vista a la Universidad, no hay nada como darse una vuelta por cualquiera de las facultades, por ejemplo la de Ciencias de la Comunicación para comprobar que las chicas han desbordado el nivel de los hombres y, asimismo, lo podemos observar en la vida diaria asistiendo a las consultas médicas, en las que en muchos casos, ellas prevalecen en número sobre sus colegas masculinos, con toda naturalidad y eficacia. Asimismo se constata el incremento en la administración de justicia de las jueces (me resisto a emplear la expresión “las juezas” porque aunque creo que ahora también se puede decir así, soy muy clásico, que no inmovilista, pero esta cuestión es otra cosa y ahora podemos comentar, de pasada, algo sobre ello. En efecto, llevados algunos, quizá muchos, de esa fiebre exagerada de considerar injusta toda terminología que “parezca masculina en exclusiva”, se creen en la necesidad de decir, por ejemplo, los ciudadanos y las ciudadanas (los vascos y las vascas, que ha quedado como paradigma), pensando que dentro de “los ciudadanos” sólo están los hombres; esta innecesaria manera de hablar, cuando menos insustancial, está proliferando enormemente, ya hasta los celebrantes de la misa, que, al comenzar su homilía, dicen “hermanos y hermanas” y siempre habían dicho “hermanos” y todo el mundo lo entendía. Pero hay más. Los nombres de profesiones que terminan en la vocal “o” se consideran machistas y se tiende a feminizar, también, el término; bueno, pero, entonces “sensu contrario” habría que decir pianisto, deportisto, dentisto, etc. para que los hombres no se sintieran incómodos. Y no debemos olvidar aquella ocasión en que alguien en una expresión oral dirigida a la juventud que escuchaba, dijo jóvenes y jóvenas.
Pero lo que ya desborda el límite entre la sensatez y la estulticia es una decisión de los regidores municipales de una importante población madrileña que han ordenado cambiar la silueta de una persona que figura en las placas de señales de tráfico de los pasos de cebra, poniéndole faldas, en lugar de pantalones, sin tener en cuenta que hoy las mujeres visten esta prenda con prodigalidad y esa representación puede interpretarse como la un simple ciudadano, que puede ser de los dos sexos sin distinción, Además de que, según parece, las autoridades de tráfico ya han manifestado la improcedencia de esa medida, la reacción de algunas mujeres a quien se preguntaba por ello era de estupefacción e indiferencia, haciendo hincapié en que eso no es en absoluto lo que ellas demandan de cara a sus derechos.
(Publicado en CANFALI MARINA ALTA, de Denia, 25 Nov. 2006)