miércoles, 22 de diciembre de 2010

LA PLACIDEZ

No sé si en estos tiempos de inquietud por todo, escribir sobre esta situación anímica del hombre se puede considerar un sarcasmo porque la etimología de la palabra “cualidad de plácido”, implica todos estos adjetivos: quieto, sosegado, sin perturbación, grato y apacible. Hubo un hombre (luego fue santo) en el siglo V llamado así, Plácido, que, según se cuenta, murió plácidamente en su lecho de Monte Casino aunque parece ser que no fue así si tenemos presente que otras versiones nos lo dan como un mártir de la fe que fue más o menos decapitado. Lo cierto es que, pese a las turbulencias y negros augurios que nos persiguen ahora, podemos encontrar aún reconfortantes escenas que, al menos efímeramente, nos hacen ver esa quietud, sosiego y apacibilidad.

No hay más que darse una vuelta por los parques de las ciudades y las plazas recónditas de pequeños pueblos para ver esos cándidos grupitos de mayores ya descargados de obligaciones laborales y no sólo ancianos, que desafían nuestras inquietudes sentados al sol o a la sombra, según proceda, mostrándonos esa paz, ese sosiego envidiables que la gran mayoría de las personas quisieran tener. ¿Hay que llegar a viejo para eso? Bueno, ellos también tienen lo suyo.

Al hilo de esto, me gustaría relatar un hecho anecdótico del que tuve ocasión de ser protagonista. Me encontraba yo casi en situación de placidez, sentado en un parque madrileño contemplando el verdor circundante y, a la vez, entre los árboles que flanqueaban esa glorieta, la figura enhiesta y majestuosa de la torre de la televisión, cuando se me acercó pausadamente un personaje ya mayor, tímido en principio, quien tras saludar escuetamente, se sentó a mi lado; yo diría que llevaba “puesta” la placidez en su semblante. Bien, en un par de minutos y creo que so pretexto de entablar conversación, plácida, tranquila, por supuesto, preguntó sobre la parada más próxima de autobús que podría llevarle de regreso a su lugar de residencia de mejor forma; traté de sugerirle lo que yo estimaba más fácil y él asintió. Y ya, con sosiego, sin duda feliz (luego comprobé que se llamaba Feliz de apellido) por vislumbrar cierta receptividad en mí, se puso a hablar y me relató una larga serie de episodios que, no por larga, dejó de interesarme. Se trataba de un fraile franciscano ya liberado de sus tareas evangélicas, dada su edad, que vivía en un convento muy cercano al parque de El Retiro, pero en esta ocasión se había hecho unos kilómetros andando ¿quizá buscando la placidez? Había estado en las misiones del Perú, lo que trató de adverar enseñándome una zampoña, instrumento muy usual allí, que llevaba en una bolsa. Me refirió detalles de su formación religiosa y hasta sabía que en mi pueblo existía una comunidad de monjas de su orden. Pero lo más sorprendente fue el comprobar qué memoria tan prodigiosa tenía cuando me dijo que no había olvidado la lista de partidos judiciales de cada provincia y me lo demostró empezando por Alicante, Albacete y, finalmente, para no hacer la nómina más exhaustiva, Zamora, su tierra. Estuvimos hablando más de una hora y en ese tiempo no pueden imaginarse la cantidad de temas que tocamos, pero él hablaba y yo escuchaba muy interesado y no tuvo inconveniente en manifestar que rezaba por Rodríguez Zapatero todos los días, ya ven, también la política entró en escena. A la hora de despedirnos pusimos las cartas de la edad boca arriba y me hizo verificar que tenía 89 años. Él, tranquilo, pleno de placidez, emprendió el regreso a su convento y yo puedo contar ahora, muy sintetizado todo lógicamente, esta experiencia simpática de un fraile viejecito pero con unos arrestos increíbles.

Jesús GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

martes, 5 de octubre de 2010

LA PARIDAD

Muchos años llevan las mujeres tratando de conseguir que se les considere capacitadas para hacer lo mismo que han hecho y hacen los hombres en cualquier profesión y en los diversos estadios que conforman el desarrollo y la evolución de la sociedad. Naturalmente que lo están y cada vez más disputan con ventaja intelectual y preparación a aquellos que ejercen funciones de todo tipo en el campo laboral, artístico o científico, eso nadie lo niega porque está a la vista. En profesiones hasta hace poco vedadas a las féminas por razones fisiológicas, hoy día han demostrado (con razonables excepciones naturales) que pueden subirse a un coche de bomberos, ponerse un traje de campaña y arrastrarse por el suelo con un “cetme” en la mano o detener delincuentes luchando con ellos a brazo partido, si es preciso, todo esto como ejemplos representativos de igualdad física con el hombre.
Se dice que aún falta mucho para que pueda estimarse “completado” ese proceso que conduce en todos los ámbitos de la vida a no distinguir en absoluto si esto o lo otro está hecho por una mujer o por un hombre, es decir, que cualquiera de los dos géneros lo puede realizar y ha de ser recompensado o retribuido por igual. Este es, todavía, uno de los caballos de batalla que emergen a la hora de comparar cuánto se paga a uno u otra por el mismo trabajo, esto es, el lógico axioma de que a igual tarea, a idéntica responsabilidad, tiene que corresponder el mismo salario. Pero no es así siempre, ni mucho menos, aunque, en honor a la verdad, uno ha podido ver en su larga vida profesional que sí se ha respetado y se respeta cada día más esa justa equivalencia, en términos generales, pues, además, en los convenios colectivos no se distingue el sexo del trabajador en los baremos saláriales por categorías o especialidades y eso ha de cumplirse.
Pero, con ser importante no es esto lo que se maneja ahora con más insistencia, sino el acceso de la mujer a puestos relevantes de la administración, la empresa o la política, por ejemplo, pretendiéndose por los más progresistas que haya una nivelación absoluta de sexos con eso de las cuotas, lo que es sencillamente artificial porque supongamos que en un conjunto de diez directivos hay seis mujeres y cuatro hombres, cuya distribución numérica no se ha hecho por razones matemáticas sino porque, desde un punto de vista práctico, se ha tenido en cuenta el talento y la preparación de aquéllas, que las han llevado a donde están; entonces, si nos atuviéramos a la ecuación obligatoria hombres=mujeres, ¿tendríamos que prescindir de una de ellas, desaprovechando su probada capacidad para desempeñar la función que llevaba a cabo? Flaco favor se haría a las mujeres en este caso. Y lo mismo sucedería si invirtiéramos el supuesto. Y no se piense que esto es cosa de estos tiempos, pues ya a finales del siglo XVIII, en una revista de aquella época había un artículo escrito por una mujer que llevaba este título tan sugestivo: “En defensa del talento de las mujeres y de su aptitud para el gobierno” Y hay más, en 1775 ya ingresaba en la Real Academia Española una fémina, eran los tiempos de Jovellanos y éste estaba a favor de esta apertura en contra de otros criterios no digamos más machistas, sino más radicales.
De todos modos, si volvemos la vista a la Universidad, no hay nada como darse una vuelta por cualquiera de las facultades, por ejemplo la de Ciencias de la Comunicación para comprobar que las chicas han desbordado el nivel de los hombres y, asimismo, lo podemos observar en la vida diaria asistiendo a las consultas médicas, en las que en muchos casos, ellas prevalecen en número sobre sus colegas masculinos, con toda naturalidad y eficacia. Asimismo se constata el incremento en la administración de justicia de las jueces (me resisto a emplear la expresión “las juezas” porque aunque creo que ahora también se puede decir así, soy muy clásico, que no inmovilista, pero esta cuestión es otra cosa y ahora podemos comentar, de pasada, algo sobre ello. En efecto, llevados algunos, quizá muchos, de esa fiebre exagerada de considerar injusta toda terminología que “parezca masculina en exclusiva”, se creen en la necesidad de decir, por ejemplo, los ciudadanos y las ciudadanas (los vascos y las vascas, que ha quedado como paradigma), pensando que dentro de “los ciudadanos” sólo están los hombres; esta innecesaria manera de hablar, cuando menos insustancial, está proliferando enormemente, ya hasta los celebrantes de la misa, que, al comenzar su homilía, dicen “hermanos y hermanas” y siempre habían dicho “hermanos” y todo el mundo lo entendía. Pero hay más. Los nombres de profesiones que terminan en la vocal “o” se consideran machistas y se tiende a feminizar, también, el término; bueno, pero, entonces “sensu contrario” habría que decir pianisto, deportisto, dentisto, etc. para que los hombres no se sintieran incómodos. Y no debemos olvidar aquella ocasión en que alguien en una expresión oral dirigida a la juventud que escuchaba, dijo jóvenes y jóvenas.
Pero lo que ya desborda el límite entre la sensatez y la estulticia es una decisión de los regidores municipales de una importante población madrileña que han ordenado cambiar la silueta de una persona que figura en las placas de señales de tráfico de los pasos de cebra, poniéndole faldas, en lugar de pantalones, sin tener en cuenta que hoy las mujeres visten esta prenda con prodigalidad y esa representación puede interpretarse como la un simple ciudadano, que puede ser de los dos sexos sin distinción, Además de que, según parece, las autoridades de tráfico ya han manifestado la improcedencia de esa medida, la reacción de algunas mujeres a quien se preguntaba por ello era de estupefacción e indiferencia, haciendo hincapié en que eso no es en absoluto lo que ellas demandan de cara a sus derechos.
(Publicado en CANFALI MARINA ALTA, de Denia, 25 Nov. 2006)

lunes, 14 de junio de 2010

HEMEROTECA Y MICRÓFONOS

Hemeroteca y micrófonos indiscretos

Hay que ver la facilidad con que los políticos proporcionan tema a los periódicos, sobre todo en estos últimos tiempos, en que se prodigan declaraciones, conversaciones más o menos privadas, artículos o entrevistas, afirmaciones rotundas sobre futuros compromisos que con el discurrir de la actualidad han de contradecirse.
Evidentemente, la letra impresa que, como tal, queda perenne y también las grabaciones audiovisuales, éstas más aún, dejan a los profesionales de esa “ciencia”, de la política, frecuentemente a los pies de los caballos si aplicamos esa manera coloquial de hablar. Ahora se han suscitado dos casos palmarios en personajes de distinto signo, lo que demuestra que tanto los que gobiernan como los opositores (este término puede entenderse como adversarios o, si se prefiere, como aspirantes a gobernar algún día), hablan sin tacha y sin mesura y, a menudo, se les va la lengua en público o en privado.
Empecemos por lo que podríamos llamar “micrófonos indiscretos o más bien traicioneros” porque aprovechan la imprudencia de quienes los han utilizado antes para dirigirse al público o a los periodistas, sin asegurarse de que aún siguen conectados y, claro, se oye aunque sea ya en un tono menor, lo que “cascan” los protagonistas. En esta ocasión fue la Presidenta de la Comunidad de Madrid que utilizó unos términos impropios de su consideración social, refiriéndose a alguien que no sabemos exactamente quién es, aunque se da por hecho por algunos de que se trata de una persona concreta. Hace más tiempo fue el propio Presidente del Gobierno quien, al término de una entrevista televisiva, dialogaba fuera ya de micrófonos con el entrevistador que, indudablemente tenía el mismo perfil ideológico, hablando de la crispación que, según ambos, convenía mucho a las estrategias del partido gobernante. Pensaron que nadie les estaba oyendo pero, otra vez la falta de cautela permitió que, al seguir conectados los micrófonos, nos enteráramos de algo que expresaron y que les hizo flaco favor. Hubo en otras ocasiones “meteduras de pata” de parecida índole quizá menos trascendente, como aquello de manda huevos, frase que se le escapó a un Presidente del Congreso de los Diputados, que recogieron, por la misma razón, la prensa y la televisión. Seguramente hay más casos semejantes, pero para muestra basta un botón.
En cuanto a las declaraciones, compromisos, afirmaciones rotundas, etc., las contradicciones son evidentes como los tiempos se han encargado de demostrar y no siempre se producen con el ánimo de quitar hierro al asunto y no crear justificadas alarmas que puedan deteriorar la imagen de los gobiernos a que pertenecen los pronunciantes; hay casos en los que se llega a no decir la verdad y de ello puede dar fe una frase que expresó un ministro en el Parlamento, que provocó la hilaridad de la mitad de los diputados: Nosotros nunca hemos negado la crisis -dijo- Hoy, por desgracia, constatamos que los repetidos augurios positivos que se formularon tiempo atrás carecían de fundamento.

Jesús GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

LAS RAÍCES GRIEGAS Y LATINAS

Cambian los tiempos, las costumbres y cambian las normas por las que, generalmente, se han venido rigiendo las conductas educativas y sociales de las personas. Efectivamente, teniendo en cuenta cómo se habla y cómo se escribe ahora, con la anuencia de las autoridades del lenguaje llevadas por la inercia de lo que llaman la espontaneidad de los ciudadanos al “crear” nuevos términos o “prostituir” o, por decirlo más suave, alterar los ya existentes, se puede considerar que lo de “limpia, fija y da esplendor” –lema de la Real Academia Española- ha quedado obsoleto. Sobre ello hice ya algún apunte tiempo atrás en este mismo periódico. Parece consecuente que los tres términos no pueden seguir juntos porque, si lo de dar esplendor significa incorporar sin tacha las nuevas y numerosas tendencias del vulgo al idioma, por mucho que se hayan popularizado, lo de limpiar y fijar no se ejerce, no hay criba. Asumo las críticas que estas consideraciones me pueden proporcionar pero creo que hoy día podemos pensar y expresarnos libremente y así lo hago.
Viene esto a cuenta de que, hojeando algún libro de consulta, más que nada por curiosidad y por entretenimiento, me he topado con la palabra referéndum, de la que se dice que el plural más frecuente es referéndums, aunque se recomienda decir el singular anteponiendo el artículo plural los para ese número gramatical del nominativo. Pero –según dicen los libros actuales- es conveniente “españolizar” el término primitivo llamándole referendo y referendos. A los que nos tocó estudiar los siete años de latín como si fuéramos seminaristas, no se nos ha olvidado que en la declinación cuando el nominativo singular termina en um, el plural lo hace en a, como es el caso de la palabra que nos ocupa en este apartado; es decir, debería ser referenda y también el término desideratum, plural desiderata y otros más. Ahora se tiende a lo práctico o, si se quiere, a lo fácil. Bien, si los doctos académicos lo dan por bueno, sigamos la norma.
Estas consideraciones nos conducen inevitablemente a hablar del debatido tema de las Humanidades. Es bien cierto que, por varios factores, están en decadencia, aunque haya muchas voces que tratan de salvaguardarlas; ¿es que estas disciplinas ya no tienen importancia a la hora de la educación de las generaciones actuales? Según se mire, pues ya sabemos que lo relativo prima sobre lo absoluto y esto no siempre es bueno. El latín, el griego, la historia de las civilizaciones (que nada tiene que ver con la alianza), son el manantial de donde la lengua española y también la valenciana han bebido a través de los siglos y se han forjado en una realidad que no podemos separar de aquellos orígenes. De hecho, no pocos símbolos de elementos químicos se basan en la etimología de las dos lenguas clásicas citadas; sólo tres o cuatro ejemplos: Mercurio Hg (hidrargirium), Potasio K (kallium), Sodio Na (natrium), Antimonio Sb (Stibium) Naturalmente, ya cuento con los que dirán que para qué aprender esas cosas, no tienen utilidad, pero el saber no ocupa lugar y nada está de más.
Los romanos y los griegos dieron nombre a multitud de gentilicios todavía vigentes de las lenguas hispanas y a giros y expresiones que se siguen empleando. A modo de corolario y para terminar, vayan unos cuantos casos elegidos aleatoriamente y a vuelapluma: murviedrés, de Sagunto (Murviedro), complutense, de Alcalá de Henares (Complutum), ilerdense, de Lérida (Ilerda), egarense, de Tarrasa (Egara), accitano, de Guadix (Acci), bastetano, de Baza (Basti), astigitano, de Écija (Astigi), urgaonense, de Arjona (Urgabona), iliberritano, de Granada (Iliberri), iliturgitano, de Andújar (Iliturgi), mirobrigense, de Ciudad Rodrigo (Mirobriga), cauriense, de Coria (Caurio), elisano, de Lucena (prov. Córdoba) (Elisana), asturicense, de Astorga (Astúrica Augusta), egetano, de Vélez Rubio (Egeta), bilbilitano, de Calatayud (Bilbilis), alistano, de Alcañices (Aliste). Suficiente. Alguno de estos gentilicios y otros no citados derivan no de nombres de antiguas ciudades, sino de ríos u otros accidentes geográficos y en bastantes casos tienen ya su nombre, digamos, contemporáneo. Por ejemplo, a nadie se le ocurriría ahora llamar iliberritano a un señor de Granada. Muchos más podríamos mencionar, pero por ahora ya basta.

Jesús González Fernández

martes, 11 de mayo de 2010

EL ALTAVOZ

A la hora de titular un artículo no siempre se hace con la precisión y la propiedad que cabría suponerse respecto al texto que va seguido, aunque se procura, al menos, aproximarse con una metáfora al asunto de que se trata. Este puede ser uno de esos casos, puesto que nada tiene que ver, si no es –como decimos- de modo metafórico, ese útil y ya antiguo invento científico que nos permite escuchar con suficiente volumen la palabra o la música que a través de un micrófono se transmite. Pero es que algunas personas tienen “incorporado” permanentemente un altavoz a sus cuerdas vocales y por eso nos obsequian, sin pedírselo nadie, con sustanciosas y enjundiosas conversaciones con sus interlocutores de proximidad en el autobús, en la consulta del médico, en la cola del cine o en la de comprar el pan y en muchas otras circunstancias.
Eso de hablar alto en público se lleva mucho y se dice que los españoles tenemos la patente de tan arraigada locución y también, quizá, del ruido en general; pues qué orgullosos podemos estar de ese vicio tan común. Parece que en ello (no debemos generalizar) el alto tono del habla de algunos es inversamente proporcional al grado cultural que se tenga; si es bajo, la tendencia es a elevar la voz sin que le importe a quien lo hace que nadie tenga el menor interés en escuchar los “relatos o chismes” que contienen frecuentemente tales conversaciones. Ya teníamos bastante con esto para que ahora la fiebre de los teléfonos móviles contribuya a hacernos “más cómoda” la duración de esas esperas para apearnos del medio de transporte que obligadamente hemos de utilizar o de que nos llegue el turno en las consultas o ante las ventanillas de los trámites que tengamos que hacer.
Uno es particularmente inclinado a afrontar en silencio y con tranquilidad esos tiempos que todos tenemos que emplear rodeados de gente hasta que nos llegue el momento de despachar lo que sea y si, por casualidad, se coincide con algún conocido o amigo en cuyo caso, lógicamente, hay que hablar, es preferible hacerlo lo más íntimamente posible porque nadie tiene por qué enterarse de lo que contamos a nuestro interlocutor o viceversa. Pero hay quien no piensa así y da rienda suelta a su espontaneidad verbal habitual sin reparar en dónde se encuentra y quiénes comparten el espacio y la situación con él en un momento determinado.
Pero no sólo es llamativo el hecho de que la intensidad de decibelios verbales supere lo razonable en términos ordinarios, no ya técnicos, sino que la verborrea en que se incurre muy a menudo por parte de quien le gusta que le escuchen sin escuchar a los demás, es manifiesta y ya lo dice el refrán: quien mucho habla, mucho yerra. Así es que, señores, procuremos comportarnos como requiere la buena convivencia y hablemos con prudencia y en tonos acordes con el respeto que nos debemos unos a otros, puesto que no hay necesidad de levantar la voz salvo en casos en que nos dirijamos a personas que, lamentablemente para ellas, están afectadas por una hipoacusia más o menos significada.

Jesús GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

lunes, 15 de marzo de 2010

LAS INCOMPRENSIONES

Hay un abundantísimo abanico de hechos, actos, decisiones o comportamientos en la sociedad que nos ha tocado vivir, que haría falta mucho más espacio del que razonablemente puedo utilizar para no sobrepasar la amabilidad con que la Dirección de CANFALI acoge mis escritos. Voy a condensar, pues, todo lo que pueda para que no sea así.
Las incomprensiones, es decir, el hecho de no entender el porqué de ciertas cosas que pasan, parece que atañen, sobre todo, a los matrimonios, ya sean canónicos, civiles u otras uniones que ahora se dan pródigamente, que no llegan a eso de hasta que la muerte nos separe. Y digo esto porque cuando nos enteramos de que una pareja próxima, conocida o anónima (que ni nos va ni nos viene) solemos decir que no entendemos qué puede haber pasado para que haya sucedido la ruptura y en seguida pensamos en aquello tan manido –pero cierto- de la falta de aguante por parte de uno, del otro o de los dos. Hoy día ni siquiera eso se compadece con la facilidad y la frecuencia con que famosos, famosas o famosísimos se casan y se “descasan” en menos que canta un gallo y, a lo mejor, en unos meses o en unos años, se vuelven a casar entre sí. Son tan frívolas y caprichosas las actitudes de esa gente que no hay día que no tengamos algo de eso. ¿Esto es serio?, pues no. Ahora bien, hay situaciones dramáticas en que ese aguante es imposible y, lamentablemente, desemboca en actos de violencia y, como consecuencia, en la muerte, generalmente de la mujer. Y esta es una de las incomprensiones más evidentes que se nos viene al pensamiento, ¿se puede comprender que haya personas capaces de hacer esa horrible acción?, rotundamente, no.
Pero la variedad del abanico a que nos referimos al principio es tal que bajo la pregunta ¿cómo se puede comprender esto?, tenemos a la vista un montón de casos sin respuesta posible. Aleatoriamente y a vuelapluma podemos exponer algunos.
La Justicia que, naturalmente, hay que aplicarla de acuerdo con las Leyes, toma decisiones, a veces, que nos causan, cuando menos, perplejidad. Si los medios de información y la opinión pública se escandalizan, los autores de las sentencias insisten en que las leyes que contemplan las penas para ciertos delitos, no les dan margen para decisiones más duras; quizá sea verdad pero, entonces, no se puede comprender cómo los políticos no se aplican en modificarlas empleando el sentido común. También la interpretación de las mismas por parte de los jueces tiene algo que ver en esto, pues algunas son elásticas como la goma y, claro, la subjetividad en su análisis es inevitable. Ahí están los ejemplos tan divulgados de ciertos violadores reincidentes que están libres porque todavía no se ha sustanciado el juicio o de esos asesinatos cometidos o participados por menores, o delitos monetarios de gran envergadura que, por prescripción u otros motivos han quedado impunes.
En otro orden de cosas hay más casos que ya pertenecen a lo insustancial y frívolo de las actitudes humanas. ¿Cómo comprender que sucedan hechos tan banales como el de hace días en el estadio Bernabéu, en el que sin que se jugara partido alguno, acudieran al campo más de 40.000 personas para ver a un señor fichado por el Real Madrid a precio de oro y demostrarle una fervorosa adhesión y admiración como si fuera un dios? ¿Y cómo se puede explicar que, según se nos asegura, ese elevadísimo dispendio quedará pronto enjugado por los rendimientos económicos que el tal Kaká va a reportar al club? Eso de las camisetas y otros derivados hará el milagro. Fetichismo puro. Y aún queda Ronaldo que, cuando escribimos estas reflexiones, ya se nos anuncia que va a comparecer de inmediato ante quinientos periodistas de todo el mundo y con más de 75.000 espectadores, vamos, un lleno absoluto.

Esto no es nada ante la locura universal que se ha desatado por la muerte del “ídolo” Mikel Jackson. ¿No tiene la humanidad otras cosas en que pensar, más prosaicas si se quiere, pero también más razonables?
Y habría otras muchas cosas más que a un simple y humilde ciudadano poco versado en estas cuestiones, no le entran en la cabeza; leamos, por ejemplo, la incomprensible demora del Tribunal Constitucional para decirnos, por fin, si es no válido el Estatuto de Cataluña, vigente ya aun sin el necesario dictamen de aquel Órgano o la nula consideración que ha tenido del lado político lo que dicen los técnicos del Consejo de Seguridad Nuclear al respecto sobre el cierre de la famosa Central de Garoña, para lo que habían sido requeridos.
En fin, que nos lo expliquen.

Jesús GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

miércoles, 3 de febrero de 2010

LA MÍSTICA


Me había comprometido hace unos meses con la Directora de CORONDEL con motivo de una breve pero enjundiosa estancia suya en Madrid para recoger un premio de poesía, a enviarle un artículo para la revista sobre un tema que, dada la alta significación e importancia de la materia de que se trata, me hacía dudar y mucho, por mi casi nula capacidad teológica e insuficiencia literaria, de poder abordarlo y estos condicionantes me habían sumido en una profunda pereza. Pero ahora, aprovechando la relación epistolar informática que mantenemos de vez en cuando, me recuerda María Teresa Espasa que considera en pie mi palabra y voy a ver qué me sale.

En verdad que yo tenía una antigua intención de escribir algo en relación con el título que encabeza estas líneas, sobre todo para rendir un modesto tributo de admiración y respeto a la figura y la obra de dos preclaros paisanos míos, expresión viva e intensa del misticismo en su más profunda concepción, que les situó a la cabeza de tal movimiento teológico-literario a lo largo de los tiempos: la santa de Ávila Teresa de Jesús y el fontivereño Juan de Yepes, San Juan de la Cruz. Y aludo al paisanaje porque en las hagiografías de ambos se hace mención a sus estancias en mi ciudad de nacimiento, Arévalo, en una de las cuales, coincidente la madre Teresa con Fray Diego de Yepes, que fue prior de El Escorial y obispo de Tarazona, le oyó referir a la madre Teresa el origen espiritual de Las Moradas, cuyo nombre, incluso, le fue revelado por el Señor. Sabido es y ahora incuestionable, que la Santa nació en Ávila pero habría que decir que hubo un tiempo y unos autores que atribuían su cuna al pueblo de Gotarrendura, muy próximo a la capital; está demostrado que no fue así y que, quizá, obedeciera a que podría haber sido en el siglo XVI un anexo de la ciudad amurallada.

En la literatura mística, ya en el siglo XIII, tuvimos como precursor a Raimundo Lulio, quien tras una visión mística, corrigió el ritmo de sus galanteos y aventuras juveniles y rehizo su vida, dejándonos su Cántico del amigo y del amado, pero fue en el XVI cuando, además de algunos escritores también ascéticos, como Francisco de Osuna, San Juan de Ávila y el mismo Santo Tomás de Villanueva, emergen brillantemente los dos abulenses ya citados. Teresa escribió poco en verso, prácticamente testimonial; fue su prosa “en estilo intencionalmente desaliñado y con abundantes giros populares” como queriendo ponerse en línea con la capacidad de entendimiento de quien no tenía la altura de su inspiración divina. Se dice que su prosa alcanzaba una calidad que no se daría hasta el propio Cervantes. Fue la gran reformista de la Orden carmelitana a la que devolvió a la antigua observancia y la gran fundadora, que sembró de monasterios la geografía del país, faceta que recoge profusamente su Libro de las Fundaciones. Siguiendo la “vía purgativa” característica del ascetismo, escribió Camino de perfección. Y coetáneo con su obra maestra, Las Moradas o Castillo interior, fue el Libro de su vida, interesante autobiografía, amén de dejarnos una amplia y curiosa correspondencia epistolar. Esta egregia mujer, recia y vigorosa en lo espiritual y frágil en lo corporal como da a entender al iniciar la escritura de sus Moradas, se erigió en la primera Doctora de la Iglesia, designada por Pablo VI en 1970. No puedo sustraerme a recoger lo que de ella dijo Fray Luis de León como escritora mística: En la alteza de las cosas que trata, y en la delicadeza y claridad con que las trata, excede a muchos ingenios, y en la forma de decir, y en pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale.

San Juan de la Cruz, más joven que ella, por lo que podríamos decir que fue su discípulo, se constituyó en un fiel y entusiasta colaborador de la Santa en su tarea reformista del Carmelo, acompañándola en sus viajes, sobre todo por Castilla, aunque fue significativa su presencia en otros lugares como Úbeda y Baeza, en tierras de Jaén, donde murió en 1591. Tuvo que padecer la hostilidad de sus superiores calzados lo que, con el tiempo, le llevó a prisión en Toledo. Antes había permanecido varios años en el convento de la Encarnación de Ávila, en el que dejó una huella indeleble y del que salieron decenas de monjas para repoblar los primitivos monasterios de descalzas. Soportando, ya en Segovia, infinidad de situaciones, podríamos decir que hasta crueles, hostigándole y despreciándole, fue donde, ante la Cruz de Cristo, le pidió al Señor el padecer y ser despreciado.

La obra literaria del “frailecillo” –era muy bajo de estatura- fue sobre todo en verso, utilizando la lira como modalidad poética y solamente se puede mencionar en prosa su Subida al Monte Carmelo, que no es sino un comentario a su impresionante Noche oscura del alma. Él rechazaba la idea de lo visible y lo creado al escribir su poesía porque se concentraba en sí mismo para no ver sino lo invisible y lo increado; de ahí que algunos consideren sus composiciones poco asequibles por el subjetivismo intenso e inspirado en el amor divino. Ya como final testimonio de todo cuanto queda dicho, es oportuno ilustrar con un fragmento de sus Coplas del alma que pena por ver a Dios este modesto trabajo que, como al principio digo, tenía comprometido:

Vivo sin vivir en mí

y de tal manera espero

que muero porque no muero.

En mí yo no vivo ya

y sin Dios vivir no puedo;

pues sin él y sin mí quedo,

este vivir ¿qué será?

Mil muertes se me hará,

pues mi misma vida espero,

muriendo porque no muero.

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Jesús GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

(Revista Literaria CORONDEL, Valencia, Octubre 2007)

domingo, 24 de enero de 2010

EL HOMBRE DE MÁRMOL

La figura de un hombre modelada en mármol rojo de Languedoç, la región francesa del Alto Garona, en contraste con la de otro de mármol estatuario blanco y refulgente, por arte de birlibirloque convirtieron su estatismo, frío y anodino, en entes animados si no en lo físico, por lo incompatible del material que los componía, sí, al menos, si hacemos un ejercicio de fantasía en lo intelectual.
Al fin y al cabo, alguien esculpió la representación real de ambos en el calizo material de Francia y de España y pudo quedarles, aunque petrificado, su cerebro resucitado en el transcurrir de los siglos, que nos permite imaginarnos lo que nos contaron o lo que se contaron mutuamente.
Cuando terminaba el siglo VII de la Historia, reinando los godos en España, Wamba fue entronizado contra su voluntad, amenazado por una espada en el pecho. Seis siglos más tarde, en un encuentro casual, etéreo, por supuesto, le contaba sus contrariedades y penurias a su interlocutor, Felipe III el Atrevido, rey de Francia, hijo de San Luis (Luis XIV). Wamba, enfundado en su manto blanco sobre el pedestal, hizo historia de cómo, al morir Recesvinto, su antecesor, fue obligado a ser rey y, tras una ejecutoria brillante, a pesar de eso, narcotizado por Ervigio, que pretendía el trono, le desposeyó del mismo.
Felipe III el Atrevido, por su parte, perpetuado en el mármol rojo de Languedoç, la región que sometió por completo al conseguir la conquista de Toulouse y de Poitiers, narró a Wamba sus éxitos, echando por tierra la conceptuación de ignorante y falto de talento que existía en su entorno.
La lógica-lógica hizo que, tras estos devaneos, las estatuas enmudecieran de nuevo y siguieran cumpliendo su papel en este mundo: el estatismo y el silencio.


Jesús GONZÁLEZ FERNÁNDEZ