Me había comprometido hace unos meses con
En verdad que yo tenía una antigua intención de escribir algo en relación con el título que encabeza estas líneas, sobre todo para rendir un modesto tributo de admiración y respeto a la figura y la obra de dos preclaros paisanos míos, expresión viva e intensa del misticismo en su más profunda concepción, que les situó a la cabeza de tal movimiento teológico-literario a lo largo de los tiempos: la santa de Ávila Teresa de Jesús y el fontivereño Juan de Yepes, San Juan de
En la literatura mística, ya en el siglo XIII, tuvimos como precursor a Raimundo Lulio, quien tras una visión mística, corrigió el ritmo de sus galanteos y aventuras juveniles y rehizo su vida, dejándonos su Cántico del amigo y del amado, pero fue en el XVI cuando, además de algunos escritores también ascéticos, como Francisco de Osuna, San Juan de Ávila y el mismo Santo Tomás de Villanueva, emergen brillantemente los dos abulenses ya citados. Teresa escribió poco en verso, prácticamente testimonial; fue su prosa “en estilo intencionalmente desaliñado y con abundantes giros populares” como queriendo ponerse en línea con la capacidad de entendimiento de quien no tenía la altura de su inspiración divina. Se dice que su prosa alcanzaba una calidad que no se daría hasta el propio Cervantes. Fue la gran reformista de
San Juan de
La obra literaria del “frailecillo” –era muy bajo de estatura- fue sobre todo en verso, utilizando la lira como modalidad poética y solamente se puede mencionar en prosa su Subida al Monte Carmelo, que no es sino un comentario a su impresionante Noche oscura del alma. Él rechazaba la idea de lo visible y lo creado al escribir su poesía porque se concentraba en sí mismo para no ver sino lo invisible y lo increado; de ahí que algunos consideren sus composiciones poco asequibles por el subjetivismo intenso e inspirado en el amor divino. Ya como final testimonio de todo cuanto queda dicho, es oportuno ilustrar con un fragmento de sus Coplas del alma que pena por ver a Dios este modesto trabajo que, como al principio digo, tenía comprometido:
Vivo sin vivir en mí
y de tal manera espero
que muero porque no muero.
En mí yo no vivo ya
y sin Dios vivir no puedo;
pues sin él y sin mí quedo,
este vivir ¿qué será?
Mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero,
muriendo porque no muero.
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Jesús GONZÁLEZ FERNÁNDEZ
(Revista Literaria CORONDEL, Valencia, Octubre 2007)
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