lunes, 14 de junio de 2010

LAS RAÍCES GRIEGAS Y LATINAS

Cambian los tiempos, las costumbres y cambian las normas por las que, generalmente, se han venido rigiendo las conductas educativas y sociales de las personas. Efectivamente, teniendo en cuenta cómo se habla y cómo se escribe ahora, con la anuencia de las autoridades del lenguaje llevadas por la inercia de lo que llaman la espontaneidad de los ciudadanos al “crear” nuevos términos o “prostituir” o, por decirlo más suave, alterar los ya existentes, se puede considerar que lo de “limpia, fija y da esplendor” –lema de la Real Academia Española- ha quedado obsoleto. Sobre ello hice ya algún apunte tiempo atrás en este mismo periódico. Parece consecuente que los tres términos no pueden seguir juntos porque, si lo de dar esplendor significa incorporar sin tacha las nuevas y numerosas tendencias del vulgo al idioma, por mucho que se hayan popularizado, lo de limpiar y fijar no se ejerce, no hay criba. Asumo las críticas que estas consideraciones me pueden proporcionar pero creo que hoy día podemos pensar y expresarnos libremente y así lo hago.
Viene esto a cuenta de que, hojeando algún libro de consulta, más que nada por curiosidad y por entretenimiento, me he topado con la palabra referéndum, de la que se dice que el plural más frecuente es referéndums, aunque se recomienda decir el singular anteponiendo el artículo plural los para ese número gramatical del nominativo. Pero –según dicen los libros actuales- es conveniente “españolizar” el término primitivo llamándole referendo y referendos. A los que nos tocó estudiar los siete años de latín como si fuéramos seminaristas, no se nos ha olvidado que en la declinación cuando el nominativo singular termina en um, el plural lo hace en a, como es el caso de la palabra que nos ocupa en este apartado; es decir, debería ser referenda y también el término desideratum, plural desiderata y otros más. Ahora se tiende a lo práctico o, si se quiere, a lo fácil. Bien, si los doctos académicos lo dan por bueno, sigamos la norma.
Estas consideraciones nos conducen inevitablemente a hablar del debatido tema de las Humanidades. Es bien cierto que, por varios factores, están en decadencia, aunque haya muchas voces que tratan de salvaguardarlas; ¿es que estas disciplinas ya no tienen importancia a la hora de la educación de las generaciones actuales? Según se mire, pues ya sabemos que lo relativo prima sobre lo absoluto y esto no siempre es bueno. El latín, el griego, la historia de las civilizaciones (que nada tiene que ver con la alianza), son el manantial de donde la lengua española y también la valenciana han bebido a través de los siglos y se han forjado en una realidad que no podemos separar de aquellos orígenes. De hecho, no pocos símbolos de elementos químicos se basan en la etimología de las dos lenguas clásicas citadas; sólo tres o cuatro ejemplos: Mercurio Hg (hidrargirium), Potasio K (kallium), Sodio Na (natrium), Antimonio Sb (Stibium) Naturalmente, ya cuento con los que dirán que para qué aprender esas cosas, no tienen utilidad, pero el saber no ocupa lugar y nada está de más.
Los romanos y los griegos dieron nombre a multitud de gentilicios todavía vigentes de las lenguas hispanas y a giros y expresiones que se siguen empleando. A modo de corolario y para terminar, vayan unos cuantos casos elegidos aleatoriamente y a vuelapluma: murviedrés, de Sagunto (Murviedro), complutense, de Alcalá de Henares (Complutum), ilerdense, de Lérida (Ilerda), egarense, de Tarrasa (Egara), accitano, de Guadix (Acci), bastetano, de Baza (Basti), astigitano, de Écija (Astigi), urgaonense, de Arjona (Urgabona), iliberritano, de Granada (Iliberri), iliturgitano, de Andújar (Iliturgi), mirobrigense, de Ciudad Rodrigo (Mirobriga), cauriense, de Coria (Caurio), elisano, de Lucena (prov. Córdoba) (Elisana), asturicense, de Astorga (Astúrica Augusta), egetano, de Vélez Rubio (Egeta), bilbilitano, de Calatayud (Bilbilis), alistano, de Alcañices (Aliste). Suficiente. Alguno de estos gentilicios y otros no citados derivan no de nombres de antiguas ciudades, sino de ríos u otros accidentes geográficos y en bastantes casos tienen ya su nombre, digamos, contemporáneo. Por ejemplo, a nadie se le ocurriría ahora llamar iliberritano a un señor de Granada. Muchos más podríamos mencionar, pero por ahora ya basta.

Jesús González Fernández

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