domingo, 11 de octubre de 2009

EL MAESTRO



Hace unos días hemos conocido un episodio verdaderamente lamentable y penoso ocurrido en Valencia (no sé ahora si en la capital o en alguno de los pueblos de la provincia), ha muerto un ciudadano que se hallaba en coma como consecuencia, según parece, de una agresión presuntamente cometida por un alumno; se trataba, lógicamente, de un profesor.
No es nuevo este hecho puesto que, aunque sin efectos tan trágicos, se vienen produciendo cosas así con más frecuencia de la fuera de desear, es decir, no sería de desear nunca. ¿De dónde viene el germen de esta situación? La figura del profesor o del maestro, que éste es el término paradigmático de siempre, aunque más de épocas pasadas, era algo así como un ejemplo a seguir, como un ser al que se le consideraba y respetaba con vehemencia, alguien a quien todos le debían el mérito y el trabajo bien hecho para situar a niños y jóvenes que le encomendaban sus padres para que su vida en la sociedad en la que se iban a ver inmersos les resultara más fácil y gratificante. Los educandos pequeños veían al maestro como su segundo padre o madre y los más mayores fiaban a él sin condiciones la adquisición de los conocimientos que necesitaban para desarrollarse y poder competir con éxito ante los horizontes más comprometidos que la educación superior y la universitaria, en su caso, les iban a exigir. Citar a don Fulano o don Mengano, que eran sus maestros, suponía un respeto y una gratitud incuestionables.
A lo largo de los tiempos, incluso en éstos que vivimos, hemos sabido de agasajos y homenajes sin cuento a estos sacrificados profesionales de la enseñanza cuando ya los años les han apartado del ejercicio de su noble función social. Sus antiguos alumnos, amigos y familiares se han volcado y rivalizado en sentirse como seres privilegiados por haber contado con un preceptor tan cariñoso, tan esforzado, tan eficaz con ellos. Y en televisión y en el cine la figura del maestro ha sido tratada no pocas veces, mostrando sus virtudes y dejando patentes sus carencias y sus precariedades económicas.
Hoy día los profesores –utilicemos ya el término más actual- ya no están tan mal considerados en el aspecto salarial, pero han pasado de ser ídolos de sus alumnos al desdén, la falta de respeto o la vejación en bastantes casos. Me preguntaba al principio por el germen de este cambio drástico y lamentable. Las costumbres han degenerado sustancialmente en facetas de la vida como éstas; por lo pronto, a un docente, del grado que sea, no se le habla de usted en muchas ocasiones aunque la diferencia de edad sea considerable, los padres no le respaldan en bastantes casos, se les discute y se les niega la facultad que siempre han tenido de mantener la disciplina al menos en la clase, se trata de llevar la iniciativa por parte de los alumnos, unas veces por sí mismos y otras, amparados en leyes o normas que les permiten disponer a su antojo de las horas lectivas y tomar la decisión si les apetece, de dejar de asistir a clase con el sólo aviso de que lo van a hacer; esto, legalmente, está autorizado. ¿Dónde se ha visto semejante disparate? De aquellos polvos vienen estos lodos y las agresiones seguirán mientras no se ponga coto a ellas como sea.
Termino con una anécdota si se quiere llamar así, ocurrido cuando yo estudiaba los últimos cursos del antiguo bachillerato universitario. Se daba la circunstancia de que acababa de incorporarse un joven profesor de matemáticas que, casualmente, era tío carnal de dos de mis compañeros, los que en la vida privada, como es normal, le tuteaban; en la clase, como todos los demás, le trataban de usted y él a nosotros también. No les fue fácil acostumbrarse, pero es que muchas veces hay que guardar las formas. ¡Ah! Y que no se me hable de hipocresía, por favor.

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