lunes, 23 de noviembre de 2009

LOS TRENES

Dadas las circunstancias de la vida, que no son otras que los años transcurridos, muchos ya, ha tenido uno que viajar bastante, unas veces por necesidades profesionales –las menos-, otras, por placer o divertimento -las más- varias, en fin, por motivos familiares, buenos y malos, que de todo hubo y, naturalmente, se han utilizado los más variados tipos de transporte, desde una pintoresca y modesta tartana tirada por un dócil caballo hasta los más rápidos trenes que se han incorporado al parque de los ferrocarriles españoles. Desde pequeño tuve una pasión desorbitada y no muy comprendida, ni por mí mismo, por el tren, algo así como lo que los niños teníamos y tienen todavía por los bomberos. Y de éste quería yo hablar. Creo recordar, ya en la lejanía de los tiempos, a poco de terminar la guerra civil, tuve mi primera experiencia o contacto con el ferrocarril; yo era pequeño y aún no había comenzad0 el bachillerato. Fue protagonista un tren de los llamados Expresos, que salía de Madrid por la noche y llegaba a la periferia asturiana ya bien amanecido el día y era relativamente cómodo para aquella época. Naturalmente, en su estructura primaba la madera y disponía de departamentos para ocho o diez personas, según categoría, con unas plataformas exteriores a ambos extremos del vagón; circulaba por la izquierda y venía a invertir en el trayecto hasta la costa unas ocho o nueve horas. Creo que llevaba viajeros de pie como lo hacían generalmente casi todos los de entonces y me viene a la memoria (ya bastantes años después) el nocturno de Madrid-Albacete-Valencia que yo utilicé varias veces para dirigirme a mi lugar ya vitalicio de veraneo, Denia; ése sí que iba literalmente hasta los topes y aquí el dicho es más que apropiado, había que subir el equipaje y enseres, si se llevaban, por las ventanillas, otra alternativa era imposible. Se transbordaba en Carcagente (Valencia) y se tomaba otro tren, este de vía estrecha, ya desaparecido y enlazo aquí con este tipo de convoyes de los que aún circulan algunos y que, muy mejorados hoy día, evocan un pasado meláncolico y hasta romántico de una época que ya no volverá.. Tuve ocasión de utilizar el tren Vasco-Cantábrico, de Santander a San Sebastián, de vía estrecha, como los citados, y poco confortables. Eran lentos de por sí, pero admitían el famoso kilométrico que, a buen seguro, a las actuales generaciones no les sonará de nada, pero era muy útil, algo así como las tarjetas pre-pago de los móviles de ahora, se compraban kilómetros de viaje y se iban consumiendo en los itinerarios de ferrocarril de los desplazamientos hechos. Tendríamos que dejar constancia de los túneles por los que pasaban aquellos vetustos medios de transporte y tengo especial recuerdo del llamado “La Perruca”, uno de los más largos de entonces, bajo el Puerto de Pajares, entre León y Asturias, por cuanto, como los trenes eran de carbón, si no cerraban herméticamente las ventanillas, se producía una situación agobiante e irrespirable por el humo. Otro trayecto, éste sí que pintoresco, era el que hacía en la isla de Mallorca, entre Palma y Sóller, un trenecito casi diríamos que romántico, que discurría embutido en una vegetación exuberante con árboles frutales, que se tocan desde las ventanillas. No sé si existirá aún, creo que sí. Una última cita respecto a este tipo de trenes que han estado y aún algunos están prestando servicio desde hace muchos años y que podemos considerar como modestos y populares; se trata en este caso de uno muy peculiar, de corto trayecto pero de una gran utilidad. En efecto, miles y miles de madrileños han podido disfrutar de la Naturaleza y de la nieve en concreto, ascendiendo a los Puertos de Navacerrada y Cotos desde Cercedilla, pasando entre maravillosos paisajes y la presencia de bellos animales. Muy recomendable hacer ese viajecito para los que no lo conozcan.
Pero todo cambia, la ciencia avanza y ya en la época que podemos llamar “contemporánea”, los trenes de los que disfrutamos son espléndidos, muy cómodos, muy rápidos, con alguna excepción que al final comentaremos. Utilizamos los Ter, los Taf, ya desaparecidos, el Talgo, que fue sensación en su época dorada, aunque todavía ruedan por ahí (a Galicia y a Asturias fui en ellos no hace mucho), el Alaris, el Alvia y, finalmente, los modernos AVE. Qué sensación cuando nos plantamos en Sevilla en poco más de dos horas y, aún menos, en Zaragoza, en poco más de una, con una suavidad de rodaje –vamos a ser un poco exagerados en la afirmación- casi como el vuelo del avión. Y ahora, la excepción de que hablábamos (habrá más, seguro) que no es otra que un tren regional a Soria (ya saben, Las Edades del Hombre). En realidad no era un tren, pues sólo tenía un vagón y parecía un simple tranvía. A Soria viaja poca gente desde Madrid por ferrocarril de tal modo que íbamos unas doce personas y el revisor, muy agradable y comunicativo, por cierto, dándonos conversación mutuamente, por lo que las tres horas de trayecto se nos hicieron más livianas. Tantos años de tren dan para mucho.

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